Por Jesús Zambrano Grijalva
Después de que el PRD decidió sus listas para diputados de
representación proporcional y que no
incluyó a Marcelo Ebrard y a René Bejarano, no han faltado quienes han
pronunciado un “adiós al PRD”, un réquiem, augurando que el partido va al
abismo, al fracaso, porque estos personajes aportan muchos votos y que el PRD
está firmando su sentencia de muerte.
No es la primera ocasión que lo escuchamos. Más de una vez
nos han sentenciado al sepulcro. Y más de una vez hemos demostrado que el PRD
es mucho más que las renuncias de algunos personajes, por más reconocidos que sean. Hoy ante la inconformidad del ex Jefe de
Gobierno, Marcelo Ebrard, luego de que renunciaron Cuauhtémoc Cárdenas y
Encinas, culpan al equipo principal de la dirección nacional, Nueva Izquierda,
de esas defecciones.
Pero se olvidan de que antes, cuando Cárdenas era Presidente
del PRD, renunciaron José Woldenberg y
Jorge Alcocer. Y cuando Porfirio Muñoz Ledo presidía al PRD se fueron entre
Rincón Gallardo y varios viejos comunistas fundadores del PRD. Y luego, con
Amalia García al frente, se fue Porfirio Muñoz Ledo al PARM, y luego al PAN. Y
algunos anunciaron que el PRD se desmoronaba.
Ah! Pero ahora que otros personajes amenazan con irse,
estando el PRD bajo la conducción de Carlos Navarrete, virulentamente dicen que
ahora si es la catástrofe.
Cuando en agosto de 2012, después de las elecciones
presidenciales, AMLO se separó del PRD para formar un partido que fuera de su
propiedad, MORENA, muchos “analistas” dijeron que habría una desbandada, un
desfondamiento del PRD. Pero solo se fueron dos o tres legisladores con él. Cierto
que la consecuencia fue una división de la izquierda mexicana, cuya unidad
tantos esfuerzos nos costó construir a quienes venimos de décadas de luchas
anteriores a PRD. Y hoy estamos en la disputa de los votos de un electorado que
ha votado por la izquierda durante muchos años.
¿Qué se discute y ante qué estamos hoy, en el espectro del
movimiento progresista y de izquierda?
En primer lugar, en la disputa por la Nación. Por hacer
realidad un proyecto diferente al neoliberal, que no funciona, que tiene a México
en la tragedia, y que urge cambiarlo.
Y, en segundo lugar, nos encontramos ante dos tipos de
propuestas sobre cómo lograr ese cambio de rumbo.
Por una parte, los que postulamos que una verdadera oposición
de izquierda debe ser aquella que sin abandonar la defensa de sus principios,
plantea un modelo económico que privilegie la inversión productiva, el
crecimiento y la generación de empleos; que defienda lo público y la propiedad
nacional por encima del interés privado, con justicia social y respeto a los
derechos humanos y libertades individuales.
Lograrlo con métodos pacíficos y democráticos, aprovechado
los espacios de gobierno y legislativos
que hoy tenemos, y hacerlo junto con la sociedad. Dialogando y construyendo
acuerdos.
Y, por otra parte, los que como MORENA, Ebrard, la CETEG y
los grupos guerrilleros, a su manera, postulan que la verdadera oposición “de
izquierda” es la que dice no a todo. Que identifican el diálogo y el acuerdo
con “los otros” como si fuera traición. Y que padecen el síndrome de Nerón: se
frotan las manos esperando el incendio del país para luego, dicen,
reconstruirlo desde las cenizas.
El PRD, que plantea una reforma radical, una revolución
democrática dentro del marco de las instituciones, no va a morir ni mañana ni
el 7 de junio. Los millones de militantes del PRD en todo el país son mucho más
que unos cuantos personajes.
Podrán los forenses de la política seguir haciendo nuevas
autopsias al PRD. Pero el 7 de junio les diremos: “el muerto que vos matáis,
goza de cabal salud!”.