Ma.
Guadalupe Almaguer Pardo (*)
Ciudadana39@yahocom.mx
Ahora solo quiero traer el dato de que en México fue Elvia Carrillo
Puerto la pionera en la defensa del derecho al voto de las mujeres. Y que en
1953 las mujeres en México alcanzamos el derecho a votar y SER VOTADAS. Porque
ciertamente el derecho a votar tiene la interpretación de que a los partidos
políticos solo puede interesarles nuestro a derecho a votar, y así es como los
hombres han ganado elección tras elción. Sin visibilizar y menos considerar a
las mujeres sujetas al derecho de SER VOTADAS. O sea el derecho de que seamos
candidatas. Dado que no se regatea el derecho a que acudamos a las urnas y
votemos por un candidato. El problema es cuando decidimos participar como
candidatas, ahí es cuando las mujeres en política nos enfrentamos no solo al
colectivo de hombres que hacen incluso “frentes” para coartar a las mujeres su derecho a ser CANDIDATAS, sino que, como
producto del patriarcado imperante en la cultura mexicana, hay también mujeres
unidas al colectivo masculino argumentando pertenecer al “grupo político” de
quienes se resisten a reconocer que en México las mujeres además de poder ser
candidatas, hemos demostrado mejores ejercicios de gobierno.
El hecho de colocar incluso en la exigibilidad del derecho de las
mujeres a la participación política, es solo una parte mínima de la historia de
la lucha de los derechos humanos de las mujeres, en todos los ámbitos. Cuando
las mujeres exigimos la sustentabilidad de un derecho, no estamos pidiendo ni
privilegios ni actos de bondad. Sino condiciones de igualdad. Por ejemplo la
CEDAW (Convención Sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación
Contra las Mujeres) dice “La participación de la mujer, en igualdad de
condiciones con el hombre, en todos los campos, es indispensable para el
desarrollo pleno y completo de un país, el bienestar del mundo y la causa de la
paz” ¿por qué la causa de la Paz? Justamente por la manera específica en qué las mujeres percibimos el mundo. El
país, el estado y la comunidad. El concepto “poder” es distinto para las mujeres
que para los hombres, dado que todos los aconteceres de las mujeres están
fincados en construir paz, máxime cuando estamos hablando de mujeres con
experiencia política. Y partiendo también de que entre menos patriarcalizadas
estemos las mujeres que participamos en política esta visión está garantizada
en el momento de ejercer gobernanza, y no el llano concepto que conocemos como
“gobernar” pues es el “patriarcado”
quien ha introyectado en unos y otras un concepto erróneo de contener y obtener
el “poder” vaya, la obtención del PODER es entendido como parte inherente a lo
masculino. Ese poder político que es evidente ha servido, no solo para la
acumulación de un mando oprobioso e infértil, sino violento, autoritario y
corrupto. E igual que la “escuelita” de la cotidianeidad de la violencia, se
cree erróneamente que esta forma de ejercer el poder es la “normal” y la única
que existe.
Ahora bien, en este 2015 en el que vivimos violencia sistemática, simulación oficial, desapariciones
forzadas, pobreza, abandono y una grave evidencia de que el gobierno federal no
ha, ni por asomo cubierto las expectativas de la sociedad. Tenemos el reto como
sociedad organizada dentro de los partidos políticos y sus intrínsecos
aconteceres, el de basarnos en el cumplimiento de las leyes, ordenamientos y la
constitución en relación a los derechos políticos en igualdad de condiciones y
en el cumplimiento de la paridad, que NO dicho sea de paso, han impulsado el
colectivo de legisladoras en ambas cámaras que traen una larga data en la
defensa de los derechos humanos para todas y todos. Pues el impulsar una ley
para la igualdad política no beneficia a un género sino construye una sociedad
hacia la igualdad sustantiva y por ende una sociedad en vías de ejercer mejor
su ciudadanía y ser una mejor sociedad. O sea la participación política de las
mujeres además de ser un derecho, debe ser percibido como un ingrediente
sustancial para construir un modelo de gobierno cuyos sujetos sean los hombres
y las mujeres, sus necesidades más apremiantes y el ejercicio a su vez de sus
derechos humanos, pues México está atravesando por una de sus peores crisis de
Derechos humanos.
El PRD fue el primer partido político en México que garantizó a su
militancia la participación política en paridad, aunque no en igualdad de
condiciones, (las cifras ahí están) ahora se le suma a ello, la reforma
política que se concretó en el Artículo 41 de la Constitución General de la
Republica, promulgada el 31 de enero de 2104, este instrumento no debe ser
apreciado como un artículo más en el juego de las simulaciones, sino como un
elemento que garantice la paridad con miras a una sociedad más justa,
incluyente y democrática. Pues no puede y no debe una sociedad construirse bajo
la lógica y el entendido (falso) democrático solo con la participación
mayoritaria y de un género sobre otro. La paridad electoral debe entenderse y
actuar desde el entendido cabal de eliminar la exclusión estructural de las
mujeres en la sociedad y en los poderes del estado mexicano.
Fortalecer el multicitado “estado de derecho” es hacerlo posible,
hacerlo real y parte inherente de la vida de hombres y mujeres en México,
estamos obligados y obligadas a eliminar en los hechos esas “formas y
estructuras patriarcales” que son recurrentes en los partidos políticos, me
refiero que no solo cada tres años, sino que la intrínseca vida de los partidos
políticos deben obligarse a desarticular ese entramado patriarcal que se
acostumbra en el colectivo machista, a eliminar de la contienda a las mujeres candidatas,
a eliminar juicios y prejuicios ante la participación de las mujeres en las
contiendas. Prejuicios que han hecho de nuestra sociedad una marea de violencia
sistemática, y de la cual los partidos políticos no se salvan, al contrario, es
en los partidos políticos (reflejo de una sociedad) donde se genera el vórtice
de la violencia política contra las mujeres. Lo cual por cierto es una
aberrante contradicción ideológica en el caso del PRD, pues los “principios”
obligan a un comportamiento y obligatoriedad a la igualdad entre los géneros. Y
además porque suponemos es donde se encuentran las mentalidades más abiertas
del pensamiento de la izquierda libertaria. En los hechos no es así. No por lo
menos cuando de abandonar prejuicios, desconfianzas, vetos y discriminación cuyo origen es el
patriarcado imperante, se trata.
El derecho a ser votadas es parte del nudo que insiste en ser ciego
de razón, en el que otra vez nos enfrentamos en este 2015, año en que ya
ésta en rango constitucional el derecho
a la paridad, año de garantía de las mujeres a la participación política, año
en que en México se verá si el sistema de partidos fue capaz o no de
desarticular el conflicto de discriminación y prejuicioso a la participación política de las mujeres.
Ciertamente cada tres y seis años es lo mismo, libramos o nos
enfrascamos en una gresca política por los espacios desgarradora, y que
desalienta a otras mujeres a participar en la “cosa pública” en donde se toman
las decisiones, ahí insistimos las mujeres políticas del PRD en estar. Hoy y
siempre.
Sin embargo debo decirlo y escribirlo. La Guerrerense Beatriz Mojica Morgan ha logrado no solo poner
en entredicho el decir y hacer de la violencia política contra las mujeres.
Sino que está contribuyendo a colocar nuevamente la mira, en este tema sobre el actuar de hombres y mujeres, que lejos del
discurso de la izquierda están insistiendo en cerrar la puerta a un derecho. El
derecho a SER VOTADA. Beatriz Mojica Morgan se enfrenta no sola, por fortuna a
lo que se han enfrentado y nos hemos enfrentado muchas mujeres a lo largo de
los años, hoy para fortuna de todas las leyes nos acompañan, hagamos valer las
leyes. Y cambiemos el rumbo de las mujeres del PRD siendo ejemplo para otros
partidos políticos, proponiendo calidad incuestionable. Pues en el caso de
Beatriz Mojica es una mujer preparada y ética, ponderemos sus cualidades,
capacidades y experiencia.
En el PRD estamos obligadas y obligados a transformar ese entender
de “hacer política” desde el poder patriarcal. Reencausar, darle dimensión con
ética, de forma decorosa, honorable en el sentido de eliminar esa parafernalia
de cuestiones suntuosas y de oropel. En efecto vindiquemos la política como el
instrumento de capacidades y habilidades humanas para hacer posible una
sociedad sin violencia, con la garantía de los DH. Democrática, ética,
igualitaria y justa para mujeres y hombres.
(*) Feminista y
de Izquierda
Coordinación Nacional de Mujeres NI
Consejera
Consultiva de INMUJERES
PRE candidata
diputada Federal Dtto 02/SLP
FB. Guadalupe
Almaguer Pardo II
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@almaguerpardo
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