Por Álvaro Villegas
La izquierda en todo el mundo, a lo largo de la historia se ha construido sobre la crítica, sobre el debate, tanto externa como internamente. Si uno lee a los teóricos clásicos de la izquierda (Marx, Luexemburgo, Lenin, Trotsky, Gramsci, Marcase, etc.) y conoce experiencias históricas, como la del Partido Comunista Mexicano que en la segunda mitad del siglo XX (el cual era un férreo crítico de la importación en automático del modelo soviético a nuestro país), podrá observar una constante crítica al capitalismo, pero también a las izquierdas mismas. El pensamiento crítico tiene en la dialéctica uno de sus principales pilares. Precisamente, la disposición a enfrentar ideas es una de las principales diferencias entre las izquierdas y la derecha reaccionaria y conservadora.
Sin embargo, existe una izquierda conservadora, refractaria a la crítica, que en su apuesta a una revolución encabezada por un líder providencial de buen corazón, tergiversa la crítica y la convierte en cacería de brujas; que sustituye el debate por la descalificación y el insulto; que no le ve caso dialogar con otras expresiones de izquierda dado que se encuentra en una posición de superioridad moral e intelectual…
Al ser crítica de la izquierda conservadora, la izquierda democrática y progresista, lo hace en función de que la izquierda debe tener como principal objetivo el mejoramiento las condiciones de las personas, sin perder el tiempo en autocomplacencias y egoísmos partidarios, para alcanzar la condición de oposición eficaz, que sus propuestas no sean sólo peticiones disfrazadas de demandas, sino que se conviertan en exigencias que culminen en soluciones. No cuestiono el carácter opositor o no de las izquierdas con otras visiones (a diferencia de otras expresiones de la izquierda yo no expido expedimos certificados de pureza opositora, ni patentes de virginidad ideológica), sino qué tipo de oposición sé es. Lo que sí, subrayó que existe una oposición responsable cuya principal tarea es la transformación profunda, en contraposición a una posición onanista que sólo busca complacerse a ella misma. Es sumamente irresponsable adoptar la tesis marxista (deformada) de que la revolución llegará, en la medida de que se agudicen a mayor profundidad las contradicciones de clase. Para algunos de los revolucionarios alemanes y rusos de finales del siglo XIX y principios del XX, entre más injusticia, desigualdad, pobreza, hambre y sufrimiento padezcan las personas, entonces... más cerca el “estallido revolucionario”. Es de suma irresponsabilidad dejar (y en algunas ocasiones contribuir) a que se hunda el país para que el electorado descontento vote por la oposición (que como sucedió en el 2000, no necesariamente puede ser por la izquierda).
Así, la apuesta es impulsar el fortalecimiento de una izquierda responsable, aún cuando eso signifique diferenciarse de quienes se mantienen en la zona de confort de la vociferación inútil, sin contribuir a aportar soluciones a los grandes problemas nacionales, actuando sólo para sí y no para las mayorías.
A una Izquierda que tiene como principio la libertad, no se le puede pedir que sea acrítica de las izquierdas que consideramos irresponsables. Si bien no es correcto perpetuar la antropofagia en la izquierda, tampoco es cierto que criticar sea un acto de canibalismo. No saber distinguir entre la antropofagia y la crítica es no saber distinguir entre el blanco y el negro.
En el pasado, la falta de acuerdos ha derivado en la preservación del statu quo, de los privilegios, de los intereses de los poderes fácticos y con ello se han antepuesto intereses particulares por encima de los intereses generales de la sociedad. En contraposición, creo que lo necesario en estos momentos es transitar por la vía de los acuerdos y consensos, en lugar de continuar con la ruta de polarización, en lugar del desgaste para todos e ineficiencia de las instituciones para producir leyes y políticas públicas de Estado para beneficio de la sociedad.
Ser críticos con otras visiones de izquierda no elimina el carácter opositor, tampoco lo hace el lograr acuerdos contra fuerzas políticas nacionales. Con el dialogo y negociación (oh! esa sucia palabra para los puristas), no necesariamente se borran o ignoran ni las diferencias ideológicas ni la competencia política, por lo tanto, no cancela la confrontación de tesis y programas.
Así cómo el Partido Socialista Obrero Español no dejó de ser oposición al franquismo por firmar el Pacto de la Moncloa; así como el Consejo Nacional Africano y Nelson Mandela no cejaron en su lucha contra el Apartheid al pactar una transición pacífica; así como El Partido Socialista en Chile se alió para impulsar el referéndum contra el fin de la dictadura no lo convirtió en pinochetista; así, es posible impulsar una agenda de transformaciones sin dejar de ser oposición. El objetivo es hacer realidad aquello que es posible y no solamente deseable. Ser una oposición que busca generar soluciones y no únicamente ilusiones. Lo otro, subirse en un atalaya para denunciar el martirio propio y la herejía ajena, es onanismo, el cual puede levar al clímax a los exegetas del dogma, pero poco aporta para concretar una una propuesta programática.
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