Por Jesús Zambrano Grijalva
En vísperas de la renovación de la dirección nacional del PRD reaparecen pronunciamientos que claman por “rescatar los principios del partido y regresar al espíritu que nos dio origen” hace ya 25 años.
Es natural y entendible que haya varios aspirantes a la presidencia nacional del PRD y que se vea con ojos críticos la situación del partido y se propongan medidas para enfrentar los retos que nos plantea el complejo escenario nacional que tenemos frente a nosotros.
Hay dos grandes maneras de hacerlo: “ver el vaso medio lleno o verlo medio vacío”. Son visiones que expresan estados de ánimo y de igual manera manifiestan una concepción política y una visión de la vida.
El “vaso medio vacío” parte de la convicción de que todo está mal; de que nada de lo que se ha hecho en los últimos años por quienes hemos dirigido al PRD ha traído frutos para el país ni para el propio partido; de que la línea política que ha apostado por un nuevo paradigma al poner por delante el interés y el bien general del país y no el del partido, está equivocada; que la existencia de varios partidos de izquierda, señaladamente de Morena, es responsabilidad de la actual dirección; y que, en conclusión, eso nos ha borrado como oposición al PRI y al gobierno de Peña Nieto y, en consecuencia, “hay que sacar a como dé lugar a este grupo progobiernista de la dirección del partido”.
La solución que se ofrece “para regresar a nuestros orígenes” es la unidad en torno del Ing. Cuauhtémoc Cárdenas para que encabece una “nueva etapa unitaria de la izquierda”, pero sin la participación del actual bloque dirigente. Es una rara “unidad”, un raro “retorno” a esos orígenes unitarios, donde quedan excluidos aquellos con quienes no se coincide, para luego ir a buscar la unidad con otros. Es una “unidad” excluyente.
Por otro lado, el “vaso medio lleno” tiene como punto de partida el proceso objetivo, sinuoso y complicado, que ha significado la construcción y lucha del PRD, donde antes de la existencia misma del PRD; que asume que venimos de superar la división que prevaleció hasta antes de 1988 y cuya unidad formal en 1989 permitió colocar a la izquierda como una fuerza influyente y en competencia real por el poder nacional; que sin dejar de reconocer muchos defectos y el agotamiento de viejas formas de convivencia (las corrientes) internas, que han provocado vicios, desorganización y parálisis en muchos estados de la República, al mismo tiempo identifica la vitalidad de un partido que ha arribado tres veces a las puertas de Los Pinos, que tiene más de tres millones de afiliados, que gobierna en entidades y municipios donde viven más de 25 millones de personas; que tiene 101 diputaciones federales y 21 senadurías, y que nos hemos convertido en una fuerza política insustituible e indispensable para la vida, la estabilidad y el cambio con rumbo y certidumbre que requiere el país.
Según esta visión debemos entrar a un nuevo momento en el que clarifiquemos las propuestas programáticas para resolver los problemas del país, profundizar las cosas positivas acordadas en el Pacto por México (la reforma energética no surgió de allí, por eso la muerte del Pacto), reorganizar y relanzar al partido y vincularnos estrechamente con todas las fuerzas de la sociedad que hoy luchan por la consulta popular para revertir la reforma energética.
Ello requiere el concurso de todos, el reconocimiento de nuestra unidad en la pluralidad y de la tolerancia para buscar acuerdos en la línea política, en la estrategia para lograr un acuerdo integral.
Dirigentes y línea política en un todo único, como verdaderamente se planteó en los orígenes del PRD.
Presidente Nacional del PRD
Publicado originalmente en El Universal
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